NO DARÉ HIJOS DARÉ VERSOS

Delmira irrumpe en el 900 con un pensamiento y una actitud frente al lenguaje completamente contemporáneos. Piensa su palabra, piensa su cuerpo. Decide, nombra el incendio de la entrepierna, dirige el vértigo y lo coloca en texto.Resuelve: la palabra es sexual. No importa la virginidad, la experiencia vivida, el varón adentro o afuera. La palabra es sexual. Dicen que Shakespeare se adelantó a Freud, Delmira se adelanta a la revolución del amor. Expone y transgrede: no hay separación entre el verso y el cuerpo que genera verbo. El lenguaje es político, trabajar lo erótico también, es nombrar quienes somos: restos abiertos para la cultura de turno. No hay separación entre lo público y privado en alguien que entiende que la ficción y lo real duermen en la misma cama. Luego vuelven a sus rutinas y a simular. Una artista puede más que un grupo de hombres gritando en el Senado. Vuela los viejos valores de un plumazo. No hay retorno después de leerla. Eso es Delmira. Hay que vivirla. Escribir sobre Delmira, implica: con Delmira. Conocer su temblor, la línea anterior, la dilatación en silencio, y el ruido de la sangre. Saber con ella, que me diga, pero no al oído, que baje y me lo diga:sólo la palabra da alivio. Ni el sexo. No. Es la palabra. Y desde ahí, escribir.